9:40 | Autor Iglesia Hogar





Este año busca ayudar a los damnificados del terremoto ocurrido en febrero
SANTIAGO DE CHILE, miércoles 18 de agosto de 2010 (ZENIT.org) “Comienza por darte. El que se da, crece. Pero no hay que darse a cualquiera, ni por cualquier motivo, sino a lo que vale verdaderamente la pena”, decía el padre Alberto Hurado en uno de sus escritos.
Los chilenos recuerdan hoy a este santo jesuita, fundador del Hogar de Cristo en la jornada de la Solidaridad que se realiza en su honor durante el mes de agosto.
Desde hace tres años diversas instituciones sociales se han unido a esta celebración. El primer año el lema fue “escuchar y hacer bien”, el segundo año fue “comprometerse a hacer bien”.
Este las acciones solidarias se realizan este año está la ayuda a los damnificados del terremoto que azotó gran parte del territorio chileno el pasado 27 de febrero. El lema para esta versión es ‘Una acción valen más que mil palabras’.
En diálogo con Radio María en Chile, el padre Rodrigo Tupper, vicario para la pastoral social y los trabajadores dijo que el objetivo de estas jornadas es el de “crear una cultura de la solidaridad”.
“Para nosotros la construcción de una sociedad no es la construcción del mercado. Es la construcción que se hace desde el Dios que nos ama y que nos invita a construir la civilización del amor donde nuestra mirada está puesta en los que sufren y desde los más afligidos”, aseguró el sacerdote.
El padre Tupper dijo que una de las historias que más lo han conmovido, luego del terremoto de Chile, es la de un matrimonio que perdió todas sus pertenencias, excepto el comedor de su casa y por ello decidieron abrir un comedor solidario.
“El amor que nos invita a salir de nosotros mismos. El amor por naturaleza no es egocéntrico. Es el amor que va a ayudarnos a construir una sociedad que sea mucho más fraternas”, señaló.
El presbítero planteó el ejemplo de la parábola del Buen Samaritano la cual: “se acerca, se involucra en la atmósfera del otro se baja de su cabalgadura, entra en contacto personal, lo toca le sana las heridas, se involucra en la vida y la invitación que nos hace Jesús a involucrarnos y entrar en la vida del otro”.
Modelo actual de santidad
San Alberto Hurtado nació en Viña del Mar, Chile en 1901. Su padre murió cuando él tenía 4 años por lo que su madre se trasladó a la capital chilena a vivir con unos parientes.
Gracias a una beca, pudo estudiar en el Colegio San Ignacio de Santiago, donde ingresó a la Congregación Mariana (hoy llamadas las Comunidades de Vida Cristiana, CVX). Así se despertó en él una gran sensibilidad por los pobres.
Estudió derecho en la Universidad Católica de Santiago. En 1923 entró en el noviciado de la Compañía de Jesús. Estudió filosofía y teología en la universidad de Lovaina en Bélgica, donde fue ordenado sacerdote en 1933. Dos años más tarde obtuvo el doctorado en Pedagogía y Psicología y en 1936 regresó a Chile.
Publicó varios artículos sobre temas sociales y espirituales que han sido recopilados en diferentes libros.
En 1944 fundó el Hogar de Cristo, una casa de acogida para los más pobres y sin vivienda. Pronto se abrieron algunas filiales que comenzaron a funcionar como centros de rehabilitación, educación artesanal entre otras. Tres años más tarde fundó la Asociación Sindical Chilena (ASICH), con el objetivo de promover un sindicalismo inspirado en la Doctrina Social de la Iglesia.
Murió el 18 de agosto de 1952 de cáncer en el páncreas. Frente a sus dolores, el padre Hurtado repetía constantemente “Contento, Señor, contento”. Fue beatificado por Juan Pablo II en 1994 y canonizado por Benedicto XVI en 2005.
Por Carmen Elena Villa
7:19 | Autor Iglesia Hogar

Mensaje dirigido a los diáconos permanentes del mundo por el cardenal Cláudio Hummes, O.F.M., prefecto de la Congregación vaticana para el Clero


Mensaje a los diáconos permanentes
Queridos Diáconos Permanentes:
Es una gran alegría dirigirme a todos vosotros en el día de la fiesta de San Lorenzo, diácono y mártir, en mi primer año como Prefecto de la Congregación para el Clero.

Los Diáconos ocupáis desde siempre un lugar especial en mi corazón. Os admiro y, además, quisiera deciros que siempre he visto en la restauración del Diaconado Permanente, fruto del Concilio Vaticano II, una preciosa gracia del Señor para su Pueblo y un ministerio ordenado de gran potencialidad y actualidad en la misión de la Iglesia.

Doy gracias a Dios por la llamada, que vosotros habéis recibido y por vuestra generosa respuesta. Para la mayoría de vosotros que estáis casados, esta respuesta también fue posible gracias al amor, a la ayuda y a la colaboración de vuestras esposas y de vuestros hijos.

Hablando de los diáconos, el Concilio Vaticano II dice que «confortados con la gracia sacramental, sirven al Pueblo de Dios en el ministerio de la liturgia, de la palabra y de la caridad» (LG 29). Vuestro ministerio es «diaconía de la Iglesia en las comunidades cristianas locales, signo o sacramento del mismo Cristo Señor, quien no vino para ser servido sino para servir» (Pablo VI, Ad Pascendum, Introducción). Justamente Ignacio de Antioquia afirma que los diáconos son «ministros de los misterios de Jesucristo... ministros de la Iglesia de Dios» (S. Ignacio de Antioquía, Ad Trallianos, II,3).

El Concilio Vaticano II explica además que la gracia sacramental conferida a través de la imposición de las manos os capacita a realizar vuestro servicio de la palabra, del altar y de la caridad con una eficacia particular (Cf. Ad Gentes, 16).

Por lo tanto habéis sido ordenados para el servicio de la Palabra de Dios. Esto quiere decir que todo lo que se refiere a la predicación del Evangelio, a la catequesis, a la difusión de la Biblia y a su explicación al pueblo, os está confiado ordinariamente, pero siempre bajo la autoridad de vuestro Obispo. Hoy, la Iglesia llama nuevamente a todos sus miembros - en modo particular a los ministros ordenados - a la misionaridad, es decir a levantarse e ir en modo organizado al encuentro, en primer lugar, de nuestros bautizados que se han alejado de la práctica de su fe cristiana, pero también de todos aquellos que conocen poco o nada a Jesucristo y su mensaje, para proponerles nuevamente el primer anuncio cristiano, el kerigma y, de este modo, conducirles nuevamente a un encuentro vivo y concreto con el Señor. En tal encuentro se renueva la fe y se refuerza la adhesión personal a Jesucristo, condición para una fe viva y para ser testigo fiel en el mundo. No podemos reducirnos a la sola espera de nuestros bautizados en nuestras iglesias. Tenemos que ir a encontrarlos donde viven y trabajan, mediante una actividad misionera permanente, con atención especial a los pobres en las periferias urbanas. Este ministerio de la Palabra espera de vosotros, mis queridos Diáconos, una familiaridad constante con la Sagrada Escritura, especialmente con los Evangelios. Que vuestro esfuerzo permanente sea escuchar, meditar, estudiar y practicar la Palabra de Dios. Así se convertirán cada vez más en discípulos del Señor y se sentirán llamados e iluminados por el Espíritu Santo para la misión.

Habéis sido ordenados para el servicio litúrgico–sacramental. Actuáis con funciones litúrgicas propias en la celebración y distribución de la Eucaristía, centro de la vida de la Iglesia y, por ello, centro también de la vida de los ministros ordenados. Poseéis un ministerio que os confía una especial responsabilidad en el campo de los sacramentos del Bautismo y del Matrimonio. El Obispo os puede confiar todo lo que se refiere a la pastoral bautismal y matrimonial - familiar.

Habéis sido ordenados para la caridad. ¡Cuántas cosas para hacer, organizar y animar! Los pobres, los excluidos, los desocupados, los hambrientos, quienes están reducidos a la miseria extrema que son una cantidad inmensa, levantan sus manos y sus voces hacia la Iglesia. Entonces, los diáconos tienen, por origen histórico y por ordenación, una responsabilidad central hacia todos ellos. La caridad, la solidaridad hacia los pobres, la justicia social, son campos de altísima urgencia que desafían a los cristianos, porque Cristo dice: «En esto reconocerán todos que sois mis discípulos, si os amáis unos a otros» (Jn 13,35).

Queridos Diáconos Permanentes, os saludo a todos con afecto y gratitud. Saludo a vuestras esposas y a vuestras familias. ¡Sed testigos del amor de Dios! Os confío a María Santísima que continúa a proclamar: «Yo soy la sierva del Señor» (Lc 1,38). Y siguiendo su ejemplo de servicio, sirvamos a nuestros hermanos en la gran familia humana y en la Iglesia. ¡Sobre todos vosotros mi bendición!

Fiesta de San Lorenzo, diácono y mártir

Cláudio Card. Hummes
Prefecto