Mensaje del Card. Mauro Piacenza Prefecto de la Congregación para el Clero, con ocasión de la memoria de Nuestra Señora del Rosario
Vaticano, 7 de octubre 2011
Memoria de Ntra. Señora del Rosario
Queridísimos Sacerdotes y Diáconos:
La memoria litúrgica anual de la Santísima Virgen del Rosario despierta algunas reflexiones que quisiera compartir con ustedes.
Es una evidencia, comprobada otra vez en la reciente Jornada Mundial de la Juventud en Madrid, que el Santo Rosario ha vuelto a “ponerse de moda”, está “nuevamente en su lugar” –convendría reconocer-, es decir, entre las manos de los fieles, jóvenes y menos jóvenes, laicos y consagrados.
Uno de los muchos dones que el Beato Juan Pablo II ha dejado a toda la Iglesia es precisamente este: haber vuelto a poner el santo Rosario en las manos de todos. Con su ejemplo, el Pontífice Beato ha motivado y confirmado a cuantos nunca habían abandonado esta piadosa práctica, tampoco durante épocas en las cuales se les podría haber ridiculizado o incluso culpar por ello. Y, ejemplarmente, dio las razones cristológicas y eclesiológicas, además de mariológicas y espirituales, que están en la base de esta espléndida oración que hunde sus raíces en el misterio de la redención.
Leemos en la Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae: «El Rosario de la Virgen María […] es una oración apreciada por numerosos santos y fomentada por el Magisterio. En su sencillez y profundidad, sigue siendo también [...] una oración de gran significado, destinada a producir frutos de santidad. […] Es una oración centrada en la cristología. En la sobriedad de sus partes, concentra en sí la profundidad de todo el mensaje evangélico,». (RVM n. 1).
En efecto, el Santo Rosario, sobre todo en los ministros ordenados, es una extraordinaria ayuda para vivir inmersos en el misterio de Cristo, casi “rumiando” continuamente su vida, sus palabras, su ejemplo, su conducta y favoreciendo, también del modo más alto, la identificación con Cristo, tan necesaria para ejercitar fielmente el ministerio.
¡El Santo Rosario nos estimula a vivir permanentemente recordando a Cristo! Con esta sublime y sencilla oración, podemos recordar a Cristo con María, aprender de Cristo con María, conformarnos a Cristo con María, suplicar y anunciar a Cristo con María.
Esta dulce oración de sereno descanso, nos acerca de modo muy particular al pueblo santo de Dios, tanto a los simples como a los doctos, a los santos como a los pecadores. No hay ninguna oración que necesite menos preparación y, al mismo tiempo, que sea tan eficaz para el corazón y la mente del hombre.
El Santo Rosario, afirmaba el Siervo de Dios Pablo VI, «no sólo no se opone a la Liturgia, sino que le da soporte, ya que la introduce y la recuerda, ayudando a vivirla con plena participación interior, recogiendo así sus frutos en la vida cotidiana» (RVM n. 4).
Muy queridos Sacerdotes y Diáconos: confiemos constantemente nuestro ministerio y nuestro camino personal de santificación a la Santísima Virgen María, también por medio de la oración, cotidiana e incansable, fiel y humilde del Santo Rosario. En la historia, no nos falta el ejemplo de los santos y de los pontífices, más “cargados de obligaciones” que nosotros. No hay oración mejor que ésta, que pueda sostener con humilde y “encarnada” eficacia todo trabajo de auténtica evangelización.
Los más fuertes descubrirán cómo el Santo Rosario les hace humildes y conscientes de ser instrumentos en las manos del Señor; los más débiles encontrarán en él fortaleza y apoyo, empuje y refugio. Todos verán que su ministerio florece y da frutos, porque con María la mirada de cada uno se transfigura progresivamente, haciéndolo capaz de reconocer a “Jesús que pasa” en cada persona y circunstancia.
Yo también rezo cada día el Santo Rosario por todos los clérigos del mundo y. humildemente, ruego para que el camino de santificación y reforma del clero sea obra del Espíritu y fruto de la dulce maternidad de la Santísima Virgen del Rosario.
¡Que tengan todos un buen mes de octubre! La oración del Santo Rosario nos une, como las cuentas del rosario, en un intenso y fraterno afecto sacramental entre nosotros y con Pedro.